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Juicio de San Nicol
Amanecer de un d?a hist?rico

Amaneci? lloviendo con ganas en San Nicol?s. El cielo encapotado oscurec?a las calles y la gente corr?a defendi?ndose de las rabiosas gotas con sus paraguas o lo que le cayera a las manos. En el centro, bien cerquita de la plaza principal, decenas de personas se iban agolpando, acarreando banderas y abrazos como el d?a m?s primaveral. Un d?a hist?rico para la ciudad. En un rato nom?s, despu?s de treinta y cinco a?os de espera, comenzaban las audiencias testimoniales del Primer Juicio Oral por delitos de lesa humanidad cometidos en la ?ltima dictadura c?vico militar. Una espera con muchas demoras, pero que al fin, bautizada por el agua llegaba a destino.

Empapados de pies a cabeza y con los documentos en la mano, nos agolpamos en el hall de entrada de la Vieja Escuela Normal, ahora devenida en Concejo Deliberante. En medio de la gente, manos salvadoras repart?an chocolate caliente para amenguar el fr?o de agosto que en la ma?ana lluviosa no aflojaba. Mientras tanto miradas, abrazos y nervios compartidos, mientras el gendarme armaba el listado inicial con solo veinti?n espacios, que m?s tarde se ampliar?an a treinta a causa de tanto reclamo de los presentes. 

Entramos despacio al recinto, los jueces y abogados en su lugar, los genocidas acurrucados detr?s de sus defensores, mirando a la nada, esquivando a los ojos de todos, esperando el momento de pasar a una sala contigua y esquivar el bulto de escuchar sus cr?menes. Las caras de los ca?dos los apuntaban desde el pecho de cada uno de los presentes. 

Como todo inicio, arranc? un poco lento, con demoras y problemas de sonido que de a poco se ir?an zanjando. Ya era hora, luego de las audiencias realizadas en Rosario, hab?a llegado el turno de escuchar a los testigos, esos que esperaron treinta y cinco largos a?os para decir su verdad, en la misma ciudad de los hechos. Era media ma?ana, afuera resonaba la voz de V?ctor Heredia entonando las estrofas de ?Sobreviviendo? y los jueces llamaban al estrado a la primer testigo, Beatriz Baronio. Era la hora. 

Beatriz 

Hermana de Mar?a Rosa Baronio y cu?ada de Eduardo Luis Reale. Habla bajito y hay que ajustar la oreja para escuchar su testimonio. Cuenta de su hermana, de la vida que estaba construyendo en San Nicol?s, de las cartas que intercambiaban, de su desaparici?n y de los a?os de reclamos golpeando contra paredes vac?as. 

El dolor resuena en sus palabras contando la ilusi?n con la que esperaban novedades de su hermana. De los litros de tinta desparramada en los habeas corpus. De no saber que hicieron con ella, donde la tiraron, donde la enterraron. El espanto: ?Mi hermana estaba embarazada de tres meses, tres meses y medio. Yo no se que hicieron con ella, si se dieron cuenta... no se si tengo un sobrino o no, si naci? o no?, dice Beatriz. El silencio en la sala es abrumador. 

Pide permiso para leer una carta de Mar?a Rosa, recuperada hace pocos a?os, su voz cobra la forma de quien ya no est?, pero que sigue tan presente. La carta y la fotograf?a de Mar?a Rosa y de Eduardo se anexan al expediente, ese que crece a cada paso, con cada declaraci?n. 

V?ctor 

Contin?an las declaraciones y llaman al estrado a V?ctor Ram?n Almada, esposo de Regina Spotti, testigo presencial de su secuestro e historia viva de una generaci?n que dio la vida por sus ideales. La pareja militaba en Santa Fe, en el peronismo, y las cosas se estaban poniendo m?s complicadas, lo que marc? su llegada al norte de la provincia de Buenos Aires. ?Ya no pod?amos andar sin ser hostigados... Entonces vinimos a San Nicol?s. Vimos que era un territorio con muchas f?bricas (?) hab?a condiciones. Ac? vemos como se puede plantear la resistencia a la dictadura. O nos qued?bamos a ver como destruyen la naci?n o hacemos algo y la ?nica forma que vimos fue comprometernos y por eso vinimos a San Nicol?s?, explica Almada, firme y sin quiebres en su declaraci?n. 

En eso andaban, cuando lleg? el terror. ?Se lo que pas? porque yo viv?a ah?. Trabaj? casi todo el d?a (?) me tom? el colectivo para mi casa. Cuando me bajo y voy para la esquina no era mi casa, era una casa abandonada?. V?ctor comenz? a saltar tapiales, a correr sin saber bien para donde, hasta que se dio cuenta que no lo segu?an. ?En lugar de hacer una tonter?a me fui hasta la ruta y fui hasta la casa de un vecino que conoc?a para explicarle lo que pasaba, no era un militante, solo un hombre que conoc?a (?) Al d?a siguiente empec? a intentar localizar a los chicos?. Y ah? comienza una nueva historia. Su mujer desaparecida, sus hijos en un orfelinato, su suegro golpeando puertas y firmando innumerables formularios para recuperar a los chicos, tarea que demand? varios largos meses. 

?Era imposible querer cambiar las cosas sin la revoluci?n?, V?ctor desnuda su verdad, que retumba en el sal?n del Concejo Deliberante nicole?o. 

La causa de Regina Spotti se une con la de Mastrobernardino, el propietario de la casa y del galp?n en donde funcionaba el taller de talabarter?a donde trabajaba Almada. Lo fueron a buscar, y luego de tanta tortura no dur? mucho. ?Era un hombre sesent?n, no estaba tan mal como para que se muera en ese momento?. Otra historia marcada a fuego por el terrorismo de Estado que atraves? con sangre la historia argentina a mediados de los setenta. 

Historias cruzadas 

Desde temprano lo andaba buscando. Ten?a algo que contarle. Lo conoc?a de beb? y quer?a ver al hombre. Alguien le avisa a Manuel Gon?alves Granada que una mujer preguntaba por ?l. La encontramos en la hora del receso y nos dice que era enfermera del Hospital San Felipe en los d?as de noviembre del 76. Manuel lleg? con cinco meses luego de la matanza en la calle Juan B. Justo. Ella recuerda cada dato. Recuerda a esa nena que lleg? y alcanz? a decir su nombre antes de que su cuerpito dijera basta. Quiere abrazar a Manuel y el encuentro se funde en abrazos en plena vereda. Se llama Susana. Quiere estar y contar su historia. Abraza de nuevo a Manuel y entra a la sala de audiencias. Es hora de seguir con los testimonios y ella quiere conocer el resto de las historias.






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Publicado el: 07/08/2012

Por Mar?a Virginia Bertetti.
Categor?as:
Derechos Humanos / Documento

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